lunes, 17 de enero de 2011

LA FUENTE DE LOS MUÑECOS

LA FUENTE DE LOS MUÑECOS






Texto original escrito por


Guillermo Martínez Rodríguez, del cual existe actualmente una obra de teatro difundida en internet.

El tiempo sigue su marcha a pasos agigantados, y en nuestro frenético ir y venir por el paisaje urbano, no nos damos cuenta que existen miradas que nos observan; en medio de calles y avenidas congestionadas por el transito, suelen coexistir historias de personajes que esperan una oportunidad para decirnos algo, ignoramos que hay leyendas que cobran vida y caminan muy cerca de nosotros, le invito a conocer una de ellas, una historia que como tantas otras caminan por las calles de Puebla.





Refiere una tradición poblana, que hace muchos años, cuando la ciudad de Puebla estaba desprovista de la prisa citadina, y sus calles tenían la quietud del ambiente campirano, existió en el actual barrio de Xonaca, una finca que era propiedad del gobernador de Puebla don Maximino Ávila Camacho y que hoy en la actualidad es un convento de religiosas. Hoy queda aquella casa majestuosa como testigo mudo de esta historia, mientras que en las casas aledañas, aún se encuentran algunas argollas empotradas sobre los muros, como muestra de que ahí estaban las caballerizas de esta finca.



Pues bien, cuenta la leyenda que en aquellos tiempos, muy cerca de esta casa existió un pozo el cual se encuentra convertido actualmente en una fuente pública, misma que sin dudas guarda en su interior la más absoluta verdad sobre la historia de los personajes que aquí se mencionan.



De porqué ya no existe como tal el pozo, algunas personas señalan que éste se ensolvó y al no cumplir con su función de abastecer de agua, no tuvieron más remedio que cerrarlo pues su existencia era ya obsoleta y peligrosa. Pero lo que es más digno de llamar la atención es que otras personas comentan que fue cerrado por causa de una tragedia: la dolorosa pérdida de la vida de dos pequeños.



Aunque esto no ha sido comprobado, pues los cuerpos de estos niños no fueron hallados, hay quien sostiene que los cuerpos desaparecieron en el interior del pozo. ¿Pero que es lo que se nos dice respecto a estos niños? La tradición nos dice que estos pequeños fueron hijos de un caporal encargado de la finca, y que era una pareja compuesta por un niño que por aquel tiempo tendría siete años de edad, el cual era compañero de juegos de su hermana una niña no mayor de seis años.



Por lo que se dice, estos pequeños eran inseparables como dos buenos hermanos y a donde iba el hombrecito iba la pequeña, desde luego no irían muy lejos, pues el lugar más lejano al que iban era la escuela, y lo más cercano seguramente eran los patios, las caballerizas y los jardines que había cerca del pozo, donde pasaban la mayor parte del día.



Como niños traviesos, normalmente terminaban con la ropa sucia, los zapatos llenos de lodo y las rodillas raspadas, tal vez por jugar a las canicas, al trompo, a las escondidillas, al bote botado y a tantos juegos que, como usted sabrá, han existido de generación en generación.



Cuando los niños terminaban con la ropa sucia, eran atendidos por su madre quien procuraba tenerlos bien vestidos, desde luego a la usanza, al niño con overol de mezclilla, con boina y medias, zapatos relucientes y para darle un toque de elegancia: corbata de moñito. A La niña, un vestido bordado con encajes, medias caladas y zapatos negros, y para que resaltara su belleza: dos trenzas adornadas con moños de colores. Ante tan buen aspecto la gente les llamaba muñecos quizás para elogiarlos…muñecos, sin saber que este nombre marcaría el destino de los dos pequeños para siempre.



Sucedió que un día lluvioso los niños se fueron a la escuela, llevaban un paraguas y el niño, abrazando a su hermana la iba protegiendo del agua. Salieron jugando de la casa y se fueron caminando por las calles ante la mirada complaciente de sus padres, que pronto cambiaron por una triste pena, al darse cuenta por la tarde que los niños no habían regresado. Esa fue la última vez que fueron vistos, -al menos en aquellos años-, después, tanto padres como vecinos los buscaron afligidos sin hallarlos. Todo fue en vano, todo parecía indicar que se los había tragado la tierra o quizás el pozo que se encontraba muy cerca de la finca. Esta fue la explicación más difícil de aceptar pero la que más justificó la extraña desaparición de los infantes.

Los niños habían caído al pozo, fue la noticia que enlutó a los trabajadores de la finca y aun a los propietarios, aunque de hecho como ya lo he mencionado, por más que fueron buscados en el fondo de este no fueron hallados. Cabe hacer mención que también fueron buscados en un antiguo túnel que a decir de un viejo trabajador del ayuntamiento, salía de la enorme finca del ex gobernador, atravesaba el barrio entero y daba quizás a la Casa Puebla, a la Iglesia de la Cruz y a la de San Francisco; bueno, al menos es lo que se dice sobre el túnel.



Se cuenta que don Maximino Ávila Camacho, como propietario de la finca y como Gobernador del Estado, conmovido por la historia del deceso de los pequeños, mandó a hacer en el lugar una fuente y ordenó colocar las estatuas de los dos niños vestidos a la usanza de aquella época según la historia que les comento.



Estos muñecos originalmente se encontraban cubriéndose del agua con un paraguas, de pie sobre una base de azulejos de talavera poblana en el centro de la fuente, hoy lucen terriblemente desgastados por la caída del agua que golpea incansablemente sobre la piedra de sus cuerpos, el varón ha perdido uno de sus brazos, justo el brazo con el que cubría de la lluvia a su hermana, la muñeca sin embargo lleva en esta representación de su leyenda los libros bajo el brazo.



Pero esto no es todo, cuentan los habitantes del barrio de Xonaca que una vez descubrieron algo sorprendente: las estatuas de los muñecos desaparecían por las noches. Hay quien asegura que al otro día muy temprano, estos amanecían con los zapatos llenos de lodo o desgastados y las rodillas raspadas, los vecinos se apresuraban a pintar las huellas enigmáticas de los muñecos, y para mayor desconcierto, al día siguiente ocurría lo mismo: las figuras amanecían con las rodillas raspadas y los zapatos llenos de lodo, como si alguien se dedicara a jugar una broma a los habitantes de aquel barrio.





Se dice también que una noche lluviosa los muñecos convertidos en niños caminaban protegiéndose con un paraguas cuando quizás un maleante o pandillero le arrebató la sombrilla al niño, hoy el niño aun permanece de pie junto a su hermana y ya no tiene el paraguas, pero peor aún ya no tiene el brazo.



En este tiempo en que la prisa citadina, el desdén y la apatía se ha apoderado de muchos de nosotros, es menester que escuchemos a nuestra gente. Muy cerca de este lugar enigmático llamado la Fuente de los Muñecos existe una mujer madura que atiende una miscelánea, la amable mujer asegura conocer al taxista que estacionaba su automóvil por las noches frente a esta fuente en espera de algún cliente, hasta que un día el hombre preso de pánico al ver que los muñecos de la fuente no estaban, y unos niños idénticos a estos jugaban frente a su automóvil, dejó de hacerlo.



Preste usted atención si pasa por ahí cualquier noche o en alguna ocasión de Todos Santos, si ve que los muñecos no están ahí, no se sorprenda, tal vez si hace memoria, hará cosa de unos minutos lo encontraron por la calle y le habrán dicho: -Oiga…pshh…Si , usted… ¿podría decirnos donde queda nuestra casa? O tal vez mientras caminaban con un grupo de chiquillos le dijeron: Señor, ándele no sea malito ¿Coopera para nuestra calavera?





Don Maximino Avila  Camacho




LEYENDA DEL FRAC

EL FRAC


(Leyenda popular adaptada por  Guillermo Martínez Rodríguez , publicada en el libro Angeles y Alebrijes)


Esta leyenda se cuenta en el pueblo de Zaragoza, Puebla, México y se asegura que fue verdad, existen algunas versiones parecidas en otras regiones del pais, en las cuales se habla de una gabardina o de un abrigo, se ha querido respetar la versión tal como se cuenta en esta ciudad.
Antes de empezar a leer, recuerde si alguna vez en algun baile o discoteca ha bailado con alguna extraña...



Corría el año de 1940 y la feria del pueblo se distinguía por sus suntuosos bailes. Por las calles iluminadas por débiles bombillas, en medio de la pertinaz llovizna, surgían las siluetas de mujeres ataviadas con sus mejores galas.

Poco a poco enfilaban sus pasos hacia el salón del pueblo. En el lugar se daban cita autoridades, parroquianos, ferrocarrileros bravucones y elegantes administradores de la compañía de trenes, quienes presurosos se dirigían a abordar a cuanta bella mujer había, al inicio de la velada musical.



Se dice que de acuerdo a la época, los moradores vestían pantalón y guayabera blanca, con pañuelo rojo al cuello y los maquinistas y garroteros, overol de mezclilla, los más de ellos. Los jefes de estación se distinguían por llevar finos trajes de casimir negro.

Como ha sido siempre: las damas se sentían orgullosas de que aquellos hombres, se pelearan por bailar con ellas y para muchas, era un privilegio ser conducidas como un trofeo al centro de la pista.



Fue en uno de esos bailes que un jefe de estación, retirado medianamente de la multitud, en la penumbra del salón descubrió la belleza exquisita de una mujer. Con galantería se acercó a ella invitándola a bailar, la mujer se rehusó pero esto no bastó para disuadirlo. Al poco rato bailaban y se abrazaban invadidos por un extraño sentimiento.



Al terminar la velada, la bella dama hacía por irse del lugar, pero el caballero insistió en acompañarla. Notando lo poco arropada que iba la angelical criatura se apresuró a poner su frac sobre la espalda de ella.



Caminaron por las brumosas calles tomados de la mano mientras la emoción le quemaba el pecho al romántico galán. “Manos y alientos gélidos, rubios cabellos y ojos profundos... ¿Azules? ¿Castaños? ¿Negros?¿ Acaso es la mujer que espero? ¿Y ese silencio?, ¿Será que le hago sentir miedo?”... extraños e ignotos sentimientos cruzaban por la mente de aquel hombre







Como en esos asuntos de los trenes no había tiempo que esperar. El oficinista de aquella estación remota, como un don Juan sin freno, había esperado mucho tiempo. Pero el amor, como los trenes que veía ir y venir todos los días, solo se detenían frente a él por un momento.



Esta era la ocasión de subir a ese tren o dejarlo pasar para siempre.



Desbordante de emoción, con una nerviosa risa, le habló de amores y la mujer callada le ofreció los labios. Pedazos de bruma los labios aquellos... ¿qué hora era? : ¡Que importa! Era el eterno instante. Las almas comulgaron con besos, en los callejones cubiertos por charcos hirvientes de llovizna y, más tarde poseídos del deseo, unieron sus cuerpos en la oscura soledad del campanario; siendo testigo de ello, el sueño de un alguacil que dormía y el aullido misterioso del viento.

- ¿Dónde vives? - Preguntó el amante ocasional.

- Allá en la casa revestida de azulejos.

- Mañana te vendré a ver- dijo. Volveré a recoger mi frac.

La joven dama se despidió con un fugaz beso y entró a la vieja casona.

Al día siguiente el hombre volvió. Tocó insistentemente y a punto de irse del lugar, fue recibido por un par de ancianos.

- Vengo a ver a la señorita.

- Le ruego haga buen uso de su memoria, caballero, aquí no vive ninguna señorita, de otra manera díganos el nombre.

- No lo recuerdo... Pero, espere, es ella, la dama del retrato.

- Pero, ¿qué especie de burla es esta? La señorita Ofelia murió hace muchos años, está sepultada en el cementerio de este pueblo. Sin dar crédito a las palabras de aquellas personas, el visitante abandonó la casa disgustado, pero la duda le atormentó. “¿ Que clase de broma era aquella?

No supo como sus pasos se dirigieron al panteón del viejo pueblo. Buscó como un loco en las lápidas el nombre de la amada. Ahí estaba. Sobre la tumba de una mujer que apenas había vivido diecisiete años, estaba aquel nombre y sobre una vieja cruz de mármol: estaba perlado de rocío el frac del enamorado.