lunes, 17 de enero de 2011

LEYENDA DEL FRAC

EL FRAC


(Leyenda popular adaptada por  Guillermo Martínez Rodríguez , publicada en el libro Angeles y Alebrijes)


Esta leyenda se cuenta en el pueblo de Zaragoza, Puebla, México y se asegura que fue verdad, existen algunas versiones parecidas en otras regiones del pais, en las cuales se habla de una gabardina o de un abrigo, se ha querido respetar la versión tal como se cuenta en esta ciudad.
Antes de empezar a leer, recuerde si alguna vez en algun baile o discoteca ha bailado con alguna extraña...



Corría el año de 1940 y la feria del pueblo se distinguía por sus suntuosos bailes. Por las calles iluminadas por débiles bombillas, en medio de la pertinaz llovizna, surgían las siluetas de mujeres ataviadas con sus mejores galas.

Poco a poco enfilaban sus pasos hacia el salón del pueblo. En el lugar se daban cita autoridades, parroquianos, ferrocarrileros bravucones y elegantes administradores de la compañía de trenes, quienes presurosos se dirigían a abordar a cuanta bella mujer había, al inicio de la velada musical.



Se dice que de acuerdo a la época, los moradores vestían pantalón y guayabera blanca, con pañuelo rojo al cuello y los maquinistas y garroteros, overol de mezclilla, los más de ellos. Los jefes de estación se distinguían por llevar finos trajes de casimir negro.

Como ha sido siempre: las damas se sentían orgullosas de que aquellos hombres, se pelearan por bailar con ellas y para muchas, era un privilegio ser conducidas como un trofeo al centro de la pista.



Fue en uno de esos bailes que un jefe de estación, retirado medianamente de la multitud, en la penumbra del salón descubrió la belleza exquisita de una mujer. Con galantería se acercó a ella invitándola a bailar, la mujer se rehusó pero esto no bastó para disuadirlo. Al poco rato bailaban y se abrazaban invadidos por un extraño sentimiento.



Al terminar la velada, la bella dama hacía por irse del lugar, pero el caballero insistió en acompañarla. Notando lo poco arropada que iba la angelical criatura se apresuró a poner su frac sobre la espalda de ella.



Caminaron por las brumosas calles tomados de la mano mientras la emoción le quemaba el pecho al romántico galán. “Manos y alientos gélidos, rubios cabellos y ojos profundos... ¿Azules? ¿Castaños? ¿Negros?¿ Acaso es la mujer que espero? ¿Y ese silencio?, ¿Será que le hago sentir miedo?”... extraños e ignotos sentimientos cruzaban por la mente de aquel hombre







Como en esos asuntos de los trenes no había tiempo que esperar. El oficinista de aquella estación remota, como un don Juan sin freno, había esperado mucho tiempo. Pero el amor, como los trenes que veía ir y venir todos los días, solo se detenían frente a él por un momento.



Esta era la ocasión de subir a ese tren o dejarlo pasar para siempre.



Desbordante de emoción, con una nerviosa risa, le habló de amores y la mujer callada le ofreció los labios. Pedazos de bruma los labios aquellos... ¿qué hora era? : ¡Que importa! Era el eterno instante. Las almas comulgaron con besos, en los callejones cubiertos por charcos hirvientes de llovizna y, más tarde poseídos del deseo, unieron sus cuerpos en la oscura soledad del campanario; siendo testigo de ello, el sueño de un alguacil que dormía y el aullido misterioso del viento.

- ¿Dónde vives? - Preguntó el amante ocasional.

- Allá en la casa revestida de azulejos.

- Mañana te vendré a ver- dijo. Volveré a recoger mi frac.

La joven dama se despidió con un fugaz beso y entró a la vieja casona.

Al día siguiente el hombre volvió. Tocó insistentemente y a punto de irse del lugar, fue recibido por un par de ancianos.

- Vengo a ver a la señorita.

- Le ruego haga buen uso de su memoria, caballero, aquí no vive ninguna señorita, de otra manera díganos el nombre.

- No lo recuerdo... Pero, espere, es ella, la dama del retrato.

- Pero, ¿qué especie de burla es esta? La señorita Ofelia murió hace muchos años, está sepultada en el cementerio de este pueblo. Sin dar crédito a las palabras de aquellas personas, el visitante abandonó la casa disgustado, pero la duda le atormentó. “¿ Que clase de broma era aquella?

No supo como sus pasos se dirigieron al panteón del viejo pueblo. Buscó como un loco en las lápidas el nombre de la amada. Ahí estaba. Sobre la tumba de una mujer que apenas había vivido diecisiete años, estaba aquel nombre y sobre una vieja cruz de mármol: estaba perlado de rocío el frac del enamorado.


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