jueves, 3 de febrero de 2011

CRONICAS Y LEYENDAS DE PUEBLA. EL FAVOR



EL FAVOR
Por Guillermo Martínez Rodriguez




Sandra Morgado, damita refinada de veintidós años de edad, atenta y educada no dudó en cumplir el favor que le pidió una mañana un caballero.



Sandy como la conocen sus familiares y amigos, abordó muy de mañana el autobús que la condujo a la ciudad de Puebla. Como cada lunes se dirigía a desempeñar sus labores en un hospital de la Angelopólis Poblana. Estudió enfermería ya que su vocación era ayudar a las personas que padecían los estragos de cualquier enfermedad, esta virtud la distinguía entre todos sus conocidos quienes veían en ella a un ángel de bondad y caridad.



El autobús iba repleto y aun así, seguía deteniéndose desde el pueblo de Grajales, en cada punto donde las personas urgidas por llegar a la capital poblana, le hacían una señal para que se detuviera.



Nuestra amiga que iba en uno de los asientos delanteros, compartiendo el viaje con un estudiante, observó cuando adelante del puente que está en la autopista a la altura del Estadio Cuauhtemoc, un hombre le hizo la parada al autobús.



Al principio no le dio mucha importancia pero en el momento en que el camión se detuvo, descendieron varios pasajeros incluso el estudiante que iba junto a ella.


El hombre abordó el autobús y saludándola amablemente se sentó a su lado. Con mucho tacto y buscando alguna forma de iniciar una conversación consultó su fino reloj mientras miraba a la señorita.



- Las ocho y media, seguramente perderé el autobús que sale en quince minutos para Cuernavaca.



Sandy mirando el reloj de aquel hombre, no pudo evitar detener su mirada en el grueso anillo de graduación que llevaba en el dedo medio de la mano izquierda. Observó el perfil del hombre y hasta entonces se fijó en la forma como iba vestido, el traje gris hacia juego con su pelo, las manos sumamente cuidadas y las ligeras patas de gallo en el rostro le hablaban de un hombre de unos cincuenta y cinco años cuando mucho.



Ante el comentario de la hora y viendo que en efecto eran las ocho y media de la mañana, expresó:



- Lo que me faltaba, seguramente ahora si me corren del hospital.

- ¿Doctora?- preguntó el hombre.

- Enfermera- respondió la señorita.

- Su cara me parece conocida, tal vez la he visto antes, quizá en alguna iglesia o en algún restaurante- acotó el hombre.



Sandy con buenos modales le dijo que ella no lo recordaba y el hombre un poco galante le dijo que para sus pacientes debía ser un placer que una damita como ella los curara.



- Mi nombre es Renán de la Calleja, soy abogado- diciendo esto el hombre sacó de su billetera una tarjeta de presentación y la puso en las manos de la enfermera- Estoy a sus ordenes para lo que se le ofrezca- agregó a manera de hacerle sentir confianza.



El tiempo relativamente corto fue suficiente para identificarse con la plática que se prolongó hasta la central de autobuses, mejor conocida como la Capu.



- Hágame un gran favor Sandy, usted sabe de la premura de mi tiempo y no me es posible hablar personalmente con unas personas que me esperan para cumplir un encargo. Mire, ni siquiera tengo tiempo de hablar por teléfono, le doy lo de la llamada y dígale a estas personas que les ruego encarecidamente que no se olviden de construir la capilla en el lugar que ellos ya saben. No me lo tome a mal pero en verdad yo no puedo hacerlo, piense que le hará un gran favor a una persona que casi no conoce, pero yo se lo agradeceré eternamente.




Diciendo esto el hombre se despidió y se alejó entre el bullicio de la gente. Sandy se dirigió a su trabajo y en un rato de descanso, pensando que hacer aquel favor no le afectaba en nada, marcó el número telefónico que le dio el hombre del autobús. Del otro lado de la línea, una joven mujer que se mostró extrañada dio cuenta del mensaje y le pidió a Sandy que fuera a su casa. Sandy aun más intrigada asistió a la cita concertada y en el lugar ya se encontraban algunas personas.



- ¿Podría repetirnos lo que dijo por teléfono?- le cuestionó uno de aquellos jóvenes. Sandy repitió palabra por palabra lo que le habían pedido y hasta les dio el nombre del abogado que conoció en el autobús.

- Nosotros somos hijos de Renán de la Calleja. Nuestro padre murió hace meses en un accidente automovilístico cerca del puente donde usted dice que él subió al autobús.





Sandy quedó muda con la noticia y más cuando le mostraron las fotografías, el reloj y el anillo de graduación que había visto aquella mañana con sus propios ojos. La familia le dio las gracias resaltando el valor y la caridad con que se había conducido la enfermera.



En el lugar donde subió aquel pasajero fue construida una capilla, mientras que, por otro lado, en medio de las páginas de un libro en el estudio de su departamento, Sandy guarda una tarjeta de presentación, la tarjeta del abogado que aquella mañana le pidió un favor.




Guillermo Martínez Rodríguez