viernes, 4 de junio de 2010

EL MONSTRUO SAGRADO


EL MONSTRUO SAGRADO
Relato publicado en el libro Puebla Directo. Quince Relatos de la Ciudad
Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla. Fomento Editorial de la BUAP
( 2010)


Por Guillermo Martínez Rodríguez

Hace poco conocí a Gabriel García Márquez, lo vi casualmente por el centro de la ciudad de Puebla. Mi hallazgo tomaba café en los portales, rodeado de un grupo de personas que con seguridad eran intelectuales.

Lo observé a lo lejos, no había duda, era el mismo tipo de tupido mostacho. Cada vez que se reía los transeúntes se fijaban en él. Tal perecía que su escandalosa carcajada ahuyentaba a las palomas que comían confiadas a mis pies. Ahí estaba, a unos metros de mí, tomando capuchino tras capuchino y fumando cigarro tras cigarro, mientras yo, embelesado, tomaba el sol de la ciudad, como una estatua pegada sobre el pavimento

“Es el monstruo sagrado de las letras” pensé. Por un momento tuve la inquietud de acercármele para pedirle un autógrafo, pero eso hubiera sido una impertinencia. Preferí quedarme observándolo, estudiando sus ademanes y gestos.

Al cabo de unos minutos se despidió de sus acompañantes, cruzó la avenida Reforma y pasó cerca de mí. Me hizo un saludo alzando las cejas y sonrío. No atiné a decir palabra, le correspondí con una sonrisa estúpida, viendo como dirigía sus pasos hacia la catedral. Vi como generosamente dio un par de monedas a una anciana que mendigaba en el atrio. No sé por que lo seguí, quizás tenía curiosidad de saber como se comportaba aquel mortal tan singular.

Cerca del mediodía sus pasos se detuvieron frente a un modesto bar llamado Candilejas; empujó la puerta y se dirigió directamente a la barra. Llegué tras él, con disimulo hice que no lo conocía. Tenía en sus manos un inmenso tarro desbordante de cerveza. Ordené lo mismo. Antes del segundo tarro me apresuré a decirle: “Señor, me permite que le invite una cerveza”. Asintió con la cabeza y siguió bebiendo ensimismado en sus cosas.

Hacía por irme del lugar por temor de haberlo molestado cuando volteó hacia mí y me dijo: “No, espere, gracias por el gesto”.
- De nada- le dije. Me echó una de sus manos al hombro y me invitó a una mesa.



¿Porque me sigue? - me preguntó tajantemente. Le explique nerviosamente que sabía que él era escritor, uno de las más afamados de todos los tiempos, que había visto sus retratos al lado de Neruda, de Alejo Carpentier, de Fidel Castro, de Octavio Paz... no se que otras cosas más inventé…Sobre todo que había leído algunas de sus novelas. Le confesé que me hubiese gustado ser escritor.

Me miró, como escudriñando cada parte de mi rostro, vi reflejado en sus anteojos la inmensa fotografía de Chaplin colgada en el muro que había tras de mí.
“Solamente hazlo”- espetó.

Al poco rato charlábamos como grandes amigos, me pidió que no habláramos de literatura, de cualquier otra cosa menos de libros. “Hablemos de mujeres”, sugirió. Le dije que las mujeres son lo más maravilloso que hay sobre la tierra y él me dijo que solamente les falta la cola y los cuernos para ser el diablo. Rompió en risa ruidosamente.


Iba y venía de la mesa al sanitario como cualquiera de los clientes. “Dígame: ¿Usted no orina?”. Me dijo secándose la frente sudorosa.
-¡Claro!, Sólo que aún no tengo ganas.

Le dije que estaba enterado que durante su juventud había vivido en Puebla y que lo felicitaba por haber obtenido el máximo reconocimiento que se hace a un escritor.

Salimos del lugar y pasamos por una acera atestada de curiosos; en el pasillo de una vieja casona había decenas de meretrices sentadas en sillas tan desvencijadas como ellas mismas. Nos detuvimos un momento, en el añoso patio jugaban niños y una mujer preparaba alimentos. Entramos al lugar y observamos con detenimiento. Pensé que escenas como esas eran los ingredientes con que cocinaba sus novelas. Seguimos la marcha sin decir nada. Para mi fortuna- cavilé- estoy aprendiendo.

Llegamos a una taquería con toda el hambre del mundo, el Monstruo Sagrado actuaba con el más sorprendente y feroz apetito. Sus poderosos y ordenados dientes daban cuenta de las delicias culinarias de Puebla enlistadas en aquel interesante menú: Chiles en nogada, cemitas y tacos árabes, más poblanos que árabes, pero bueno... El dinero en mi bolsillo menguaba y sólo en ese momento reparé en que aquel monstruo era un tacaño.


Afuera llovía copiosamente, las lágrimas sucias de la noche corrían por las calles. El monstruo, visiblemente ebrio pidió un taxi, el cual tuve que pagar sin más remedio pues mi gran amigo no traía efectivo. Me di cuenta que había olvidado mi saco en el bar Candilejas, así que caminé esquivando el agua que subía por las aceras debido a la salpicada de los carros.

Cuando estuve en el bar, sentí deseos de ir al excusado. En el pasillo que conducía al mingitorio descubrí una galería de personajes. Vi el retrato de Gabriel García Márquez junto al de otros famosos; había de todo, políticos e incluso boxeadores.

“Son los dobles de gente famosa”. Me dijo con sarcasmo un cliente asiduo del establecimiento. “Vienen de vez en cuando pasar el rato, si tiene usted algún parecido con alguien puede traer su retrato. Por cierto usted guarda cierto parecido con Cirano, lo digo por lo de su nariz”.

Molesto conmigo mismo dirigí la mirada hacia una mesa donde dormitaban un par de borrachos. El Cantinero se apresuró a decir: “No lo puedo creer: el presidente de México y don Quijote de la Mancha acaban de ser vencidos por el sueño”.