lunes, 8 de febrero de 2010

NOCHE DE LUNA EN TLAXCALA


EL VIEJO VAGÓN DE ZARAGOZA
Escribiendo desde Zaragoza, Puebla…


Noche de luna en Tlaxcala

(Publicada en el libro A la Luz de la Vela)


Por Guillermo Martínez Rodríguez



Don Gregorio Farfán, un caballerango amante del arte ecuestre, cierta noche en que de allá del pueblo de Huamantla se dirigía a la ciudad de Tlaxcala montando un brioso caballo, se sorprendió al ver que en el camino se encontraba atravesado un asno, si, oyó usted bien, un asno que llevaba sobre el lomo una carga negra y voluminosa.

No le hubiese causado extrañeza ya que en sus múltiples andanzas había encontrado no uno sino varios asnos, pero este en particular era distinto a los demás pues no tenía orejas y tampoco tenía cola, y haciendo una observación más exhaustiva se pudo dar cuenta a la luz de aquella luna tlaxcalteca, que lo que llevaba atravesado era un cerdo, un cerdo que no iba amarrado y que quien sabe por qué extrañas razones, iba vivo pero bien quieto sobre el espinazo del pollino.

Ante esta visión el caballerango un poco asustado al principio, y después algo repuesto de las dos o tres copas que había bebido de más, optó por retirarse del lugar evadiendo al burro; pero éste al darse cuenta del temor del caballerango se empeñó en molestarlo.

Y como se dice coloquialmente: Otra vez la burra al trigo, el burro volvió a atravesarse en el camino del jinete esperando asustarlo hasta más no poder. Don Gregorio en cambio, herido en su orgullo de hombre, de macho, y pensando que temerle a los espantos no es cosa digna de un buen caballerango y mucho menos de un buen tlaxcalteca; de la silla de montar de su caballo tomó una gruesa reata y moviéndola por el aire tan rápidamente que de tanta vuelta silbaba, al tiempo que embestía con su caballo al burro, con la reata descargó toda su furia sobre aquel animal.

Cuando más deleitado estaba en golpearlo por la burla que quería hacer de él, escuchó una voz que le dijo:

- ¡Ya no me pegues, por favor ya no me pegues!
Don Gregorio nuevamente sorprendido, escuchó como del hocico sangrante del asno brotó una voz tan clara como la luna de aquel dos de febrero cuando ocurrió esta historia.

- Ya no me pegues. Mira yo soy Bruno San Juan, soy de los Sanjuanes de Tlaxcala. Lo que pasa es que me robé este cerdo y lo llevo a mi casa para hacer los tamales de la fiesta de la Candelaria. Si me dejas ir te prometo que te doy la mitad.
Don Gregorio escuchó sorprendido las palabras del burro.

- Ah con que eres el nagual, pues ahorita vas a saber quien es Gregorio Farfán. Y nuevamente el burro imploró, lloró y rebuznó, cuando vio que el hombre se disponía a seguirlo golpeando.
- Robo para mantener a mi familia, lo único que no nos es permitido a los naguales es robar dinero y sal. Si robamos alguna de estas dos cosas nos quedamos convertidos en animales para siempre.
Algún noble sentimiento sintió don Gregorio que dejó ir al burro, conviniendo que al día siguiente iría a recoger la mitad del cochino, y a que le diera una explicación más detallada de quienes eran los famosos naguales, y por que extraños conjuros se podían convertir en animales.

Al día siguiente don Gregorio se despertó en su casa y pensando que había sido un sueño no quería ir a la casa de Bruno San Juan, pero al ver que en la reata de su caballo se encontraban las pelusas del burro, se dirigió a la casa del nagual.

En la casa del susodicho habían matado un puerco y medio canal estaba puesto sobre una mesa, mientras que la otra mitad ya era guisada en chicharrones y en trocitos que iban acomodando en hojas de tamal. Los familiares de Bruno San Juan le dijeron a don Gregorio, que todavía estaba acostado debido a una golpiza que recién le habían dado en el camino la noche anterior.

Como el nagual era gente de palabra ordenó que pasara y cuando estuvo frente a su petate, aun se quejaba de los golpes que le había propinado con aquella reata. Don Gregorio se dio cuenta que Bruno San Juan tenía surcadas la espalda, las costillas y la cara, con unas líneas rojizas casi a punto de reventar.

El hombre le explicó a don Gregorio que como él había muchos naguales por todas partes, en casi todos los pueblos.

- Es un don que Dios nos da para convertirnos en animales para que cuando no tengamos que comer no le falte nada a nuestra familia.

Le dijo también que ese poder de transmutación venía desde sus antepasados.

- Cuando estamos en el vientre de nuestra madre y cerca de la casa se aparece un animal, ya sea un perro o un gato, un guajolote, un burro o lo que sea, esa es la señal de que ese animal va a ser nuestro protector.

También le dijo que había muchos naguales que ya no regresaban a su casa porque en las noches los llegaban a atrapar y algunos morían de las golpizas que les daban.

- Algunas gentes del campo ya saben como combatirnos, nos encierran en círculos dibujados en la tierra y hacen una cruz en el centro donde clavan un puñal, de esa manera no podemos escapar. O cortan el aire con sus machetes haciendo la señal de la cruz con lo cual los naguales que tienen el don de volar van cayendo al suelo.

Le dijo que una mujer que se convertía en guajolota, se tenía que quitar las piernas y ponerlas en el fogón en forma de cruz para poder volar, pero, una noche en que esperaba en el techo de una casa donde quería robar, fue descubierta por unos rancheros y fue atrapada. No pudo evitar que los hombres le amarraran las patas con un alambre y la colgaran de la rama de un árbol. Como no pudo escapar pronto, el viento avivó la lumbre entre las piedras de los tenamaxtles donde se encontraban las piernas que se consumieron hasta convertirse en cenizas. Cuando regresó a su jacal las buscó pero ya no las encontró, como ya no pudo volver a caminar, mejor prefirió quedarse convertida en animal.

Don Gregorio escuchó la explicación de aquel hombre y le pidió disculpas por la golpiza que le había propinado, después echó sobre su hombro la mitad del cerdo prometido y muy quitado de la pena, se dirigió a su casa para que le prepararan los tamales tradicionales de la fiesta de la Candelaria.

LA VIRGEN DEL PILAR



LA VIRGEN DEL PILAR DE ZARAGOZA, PUEBLA
Por Guillermo Martínez Rodríguez *
La imagen de la Virgen del Pilar, patrona de mi pueblo, cuya fiesta se celebra los días 12 y 13 de octubre de cada año, y que coincide con la celebración del Día de la Raza y con los festejos que se realizan en Zaragoza, España, para llegar al altar que ocupa actualmente tuvo que viajar por mar y tierra, aunque también por otra parte, ha sido testigo de hechos que han perturbado la tranquilidad de los habitantes de su parroquia. En relación con esto, déjeme le cuento:
Platicaba doña Lucecita del Río que hace muchos años, allá por el año de 1886, en uno de esos viajes continentales que se hacían por mar con rumbo a la República Mexicana, zarpó de España , un barco a bordo del cual viajaban algunas familias españolas a fin de probar fortuna en tierras mexicanas.
Entre aquellos españoles se encontraban don Juan y don Emeterio ambos de apellidos R. Lavín, así como doña María Rivas esposa de Don Juan, todos ellos oriundos de la ciudad de Zaragoza, España. Estas personas además de traer consigo buena plata para invertir en México, traían también una imagen de la Virgen del Pilar, quien los acompañó en dicha travesía por mar hasta el puerto de Veracruz.
Los españoles mencionados llegaron a Veracruz, pero decidieron trasladarse a tierras poblanas, donde comenzaron a comprar tierras ayudados por las autoridades políticas a fin de fundar su hacienda. Escogieron fundarla a orillas del río llamado Acuaco, llamándola Hacienda Zaragoza en alusión a su lugar de origen, y al cabo de muy pocos años, aquella hacienda se hizo tan grande y tan prospera, que sus más de cinco mil hectáreas se extendían desde el pueblo de Chignautla, pasando por Tlatlauquitepec, el actual pueblo de Zaragoza, abarcaban todos los pueblos y rancherías de la parte sur de Tlatlauquitepec y llegaban hasta la hacienda de San Miguel Barrientos en el distrito de San Juan de los Llanos.
Al margen del río donde establecieron el casco de la hacienda, erigieron una capilla en honor de San Isidro Labrador, patrono de los campesinos, y ahí en un rinconcito estaba la imagen de la virgen del Pilar. No fue sino hasta después de muchos años, allá por mil novecientos diez, una vez que nació el pueblo de Zaragoza alrededor de la estación ferrocarrilera del mismo nombre, que al llegar a radicar al pueblo otras familias también españolas, se determinó que la Virgen del Pilar se convirtiera en la patrona del pueblo.
Además de la familia de don Juan R. Lavín, llegó gente de Galicia, de Asturias y de San Sebastián y de aquellos inmigrantes aun queda memoria de don Julián y don José López Sáenz, de don Santiago Piñán, don Emilio Huerta Corujo, don Fernando Gómez Rueda y don José Mondragón, así como de la sobrina de este último la señorita Luz Reyes y Piña.
Se cuenta que la primera iglesia donde se encontraba la Virgen del Pilar estaba cerca del auditorio municipal en la esquina que conforman las calles 4 poniente y 3 norte, en una rustica construcción de muros de tierra y techo de tejamanil, pero que un día, en tiempos de la revolución, llegaron unos bandoleros que tomaron a la pequeña iglesia como cuartel, metiendo sus caballos, quedándose a dormir en la capilla y cocinando allí mismo sus alimentos. Se dice que permanecieron por espacio de varios días, causando atropellos a los parroquianos quienes refugiados en sus casas preferían no salir y que el día en que los forajidos se fueron le prendieron fuego a la capilla. (1)
La imagen de la Virgen por más que fue buscada no fue hallada por ningún lado, desconociéndose si aquellos delincuentes la robaron o desapareció en el siniestro. El pueblo se quedó sin la imagen y sin la capilla, hasta que poco después se comenzó a construir el templo en el lugar donde se ubica actualmente.
Allá por aquellos años el señor cura don Alberto Mendoza y Bedolla, párroco de Tlatlauquitepec desde 1918, quien oficiaba misa en Zaragoza y quien con el paso de los años llegó a ser Obispo de Campeche, es la primera autoridad eclesiástica que comienza a reconocer a la Virgen del Pilar como patrona del pueblo, sin embargo toda vez que el pueblo no cuenta con la imagen de la virgen, decide organizarse para conseguirla, y se dice que algunas personas lo hacen a costa de sus propias vidas, pues por aquellos años, las ideas radicales de los grupos anticlericales estaban por encima del respeto a las libertades de culto y de creencias.
En medio de ese clima tan desfavorable, un día del año de 1924, a iniciativa del señor Trinidad Vázquez, don Bernardo Parraguirre Muñoz de Cote y don Cecilio Silva Terreros, viajan a la ciudad de Puebla para adquirirla en la Casa Ravelo y de ahí trasladarla a bordo del ferrocarril hasta llegar al pueblo de Zaragoza.
Ya en el pueblo con todo el sigilo y respeto de los creyentes fue conducida a la parroquia para colocarla en el altar, pero ahora en un sitio más alto donde no fuera alcanzada por manos perversas que intentaran destruirla, y donde en cambio, pudiera contemplar con amoroso gesto, a los miles de feligreses que se reúnen en torno a ella durante su festividad y a lo largo del año.
Desde entonces permanece allí bella, milagrosa y ecuánime, contenta de haber superado las adversidades y también las barreras que hay en la distancia, en las diferencias de pensamiento y en el tiempo.
(1) hubo en efecto un asalto a la población de Zaragoza el día 10 de mayo de 1918, en el que los bandoleros exigieron caballos y bastimentos a sus habitantes. Este pasaje se encuentra documentado en Zaragoza. Ecos de mi Tierra. P-76
* Guillermo Martínez Rodríguez es narrador y cronista independiente, autor del libro Ángeles y Alebrijes, ha participado en diversos colectivos de leyendas poblanas y tlaxcaltecas, y en la redacción del libro Zaragoza, ecos de mi tierra, publicado por el gobierno del estado de Puebla.