HABLANDO DE NIÑOS PERDIDOS
por Guillermo Martínez Rodríguez
Mucho se ha hablado desde hace
mucho tiempo, del hallazgo de niños perdidos o abandonados, que han sido
socorridos ante una situación de peligro. Normalmente se dice que esos infantes
superan todo tipo de adversidades y llegan a ser personas destacadas en
diversos campos. De manera particular conozco la historia de un pequeño que fue
abandonado por alguna madre desnaturalizada a las puertas de una iglesia, sin
embargo en la actualidad ese niño se encuentra convertido en un hombre de
provecho pues es un singular artista en la ciudad de México.
De hecho fui testigo de su incipiente
vocación artística y recuerdo como comenzó a cantar en tiendas y camiones
usando como instrumento una botella, esperando recibir una moneda o un refresco
por su actuación desde entonces ya prometedora.
En otra ocasión y como encargado de la oficina del ministerio público de
mi tierra natal, acudí al llamado del sacristán de la Parroquia de Santa María
del Pilar, para dar fe del abandono de un recién nacido, dejado a su suerte en
una de las bancas de la iglesia. Entonces me conmovió la situación de aquella pobre criatura
expuesta a un destino incierto y a merced de lo que la vida le quisiera dar
despojado de su pasado, pues nunca se supo quienes fueron sus padres, ni los
extraños motivos de su abandono.
Pese a todo esto, no dudo que haya sido acogido en el seno de una buena
familia y ojalá que pueda seguir viviendo amparado, como con aquel generoso
cobijo que le ofreció primero, un grupo de damas voluntarias y después la casa
del niño poblano.
Y ya que hablo al lector de estas dos escuetas historias, precisamente
en relación con el abandono de niños, recientemente mientras caminaba por la
ciudad de Puebla, me llamó poderosamente la atención una placa que está
colocada afuera de un edificio, precisamente a un costado de la iglesia de San
Cristóbal, ubicada en la esquina que conforman las calles cuatro norte y seis oriente. En este lugar
está escrita brevemente una leyenda que nos habla sobre la fundación del
hospital de niños expósitos. Este hospital fue fundado en el año de 1604 por el
religioso Cristóbal de Rivera, párroco de Tlacotepec, pero lo más interesante
es que nos dice la leyenda que su fundación se debió a que en una ocasión este
religioso descubrió que un niño estaba siendo devorado por un perro.
De hecho la sola idea de imaginar a un
perro devorando a un niño es ya de por si aterradora, sin embargo considero
como algo positivo que la nobleza y la bondad también sean parte de los
cimientos con los que se edificaron algunos edificios coloniales como lo es el
hospital de niños expósitos.
Ahora bien, sobre este mismo tema del
abandono de infantes, la ciudad de Puebla no puede escaparse de ser escenario
del amplio imaginario popular que cubre a todo nuestro país en lo que a
esto se refiere, la imaginación de los
habitantes de nuestros barrios también ha tejido leyendas sorprendentes. En
este peregrinar por las calles de Puebla
donde he ido buscando leyendas como un sabueso alguien me dijo lo
siguiente:
Se dice que hace algunos años, allá por el
año de 1950, en el barrio de la Luz, un trasnochado iba caminando por la
esquina que conforman las calles 14 norte y 4 oriente, cuando vio a un niño
recién nacido que lloraba sobre el quicio de una puerta. Impulsado quizá por el noble sentimiento de ayudarlo,
aquel hombre levantó al niño en brazos,
y llamó a la puerta pero se dio cuenta que la casa estaba abandonada. Fue así
como el hombre comenzó a caminar llevando al niño, buscando a alguna persona a
quien participarle su hallazgo.
Después de unos cuantos pasos, aquel niño
que había estado llorando angustiosamente guardó silencio debido quizá al calor
o la protección que le brindaba aquel hombre. El hombre se turbó al grado de
enmudecer cuando escuchó una voz que provenía de la frazada que cubría a aquel
niño…
-
A que ni sabes a quien estás cargando. -Le dijo con
claridad aquella criatura.
El hombre temeroso descubrió el rostro de
quien le hablaba. El terror se dibujó en el rostro del pobre hombre, de la
frente de aquel supuesto niño brotaban dos protuberancias cual si fueran
cuernos.
PUENTE DE OVANDO PUEBLA |
En estos primeros días del mes de enero..., aquella leyenda ha tomado fuerza, cerca de aquel lugar, pero
ahora en el Puente de Ovando, que es el puente que antiguamente comunicaba a
los barrios de la parte alta de Puebla con el valle de Cuetlaxcoapan; es un
hecho sabido que hasta hace poco este puente se encontraba en el abandono y que
debajo de este, la gente arrojaba furtivamente desechos y basura. Actualmente,
y gracias a la diligencia del ayuntamiento poblano el lugar ha sido remodelado y
se encuentra limpio. En contraste con su anterior apariencia, existen
borbollones de agua que durante las
mañanas permiten la formación del arco iris enmarcado por bellos macetones y
flores de encendidos colores.
Si tiene usted oportunidad visítelo pero no
olvide tomar sus precauciones. Por las noches, y de acuerdo a lo que aseguran
los habitantes del barrio de Analco, podría encontrar algo que lo sorprenda: Se
dice que hará cosa de dos o tres meses, una noche negra como la conciencia de
cierto ex presidente municipal, una persona pasada de copas que caminaba por el
lugar, escuchó que un niño lloraba bajo el puente. Lo levantó como dije,
impulsado por algún noble sentimiento.
Cuando el niño dejó de llorar le dijo al borrachito:
-
Señor… ¿Sabe que ya tengo dientes?
El hombre, sin poder articular palabra miró
a aquel infante y de inmediato sintió un escalofrío que le erizó la piel… Aquel
ser le enseñaba en lugar de dientes, unos largos y filosos colmillos.