¿POR QUÉ FUE BURLADO EL DIABLO?*
Por Guillermo Martínez Rodríguez
En el pueblo
de Huehuetla de la Sierra Norte de Puebla, existe una comunidad llamada
Xilocoyo cuyo significado según apuntan algunas personas es Laberinto de
Pericos, en alusión dicen a la abundancia de historias y cuentos que se
transmiten entre campesinos en la lengua totonaca. Esta leyenda fue traducida
originalmente al español por el señor Carlos Cárcamo de una manera oral, la
escuchó entonces el profesor Arnulfo Gabriel García Bello quien trabajó como
profesor en diversos pueblos de esta sierra y quien tuvo la fina atención de
contármela para que esta tradición
oral se convierta en una más de las
leyendas escritas de nuestro estado de Puebla.
Cuentan las personas que queman cal en
Xilocoyo y la van a vender a Zacapoaxtla, que hace algunos años, allá por 1950,
un día martes, no se sabe exactamente la fecha, iba un marchante con una carga
de cal sobre su burro para venderla en el tianguis que se efectúa los días
miércoles en la ciudad de Zacapoaxtla. Era aquel marchante un indígena pulcro,
que vestía calzón cruzado y camisa de
manta, y sus pies, blancos por cierto, calzaban huaraches de pata de gallo.
Venía
pues el hombre y su burro bajando de La Cumbre, cuando al ir pasando por un
paraje conocido como Paso del Tecolote, el burro se detuvo fatigado por lo cual
el indígena , al corto andar dio alcance al animal y descubrió que a la orilla
del camino se encontraba un hombre finamente vestido.
El marchante se preguntó asi mismo quien
sería aquel hombre vestido de forma tan antigua, que llevaba un bastón, usaba
guantes, un sombrero de pelo y una capa
muy larga.Y lo peor de todo, por qué jijos de su mal dormir el burro ya no
quería caminar, como si no supiera que había que llegar a buena hora a
Zacapoaxtla, para buscar el mesón pues
si se les hacía tarde ya no iban a encontrar lugar donde comer y mucho menos
donde dormir.
Pensando en estas cosas el indígena se
disponía a darle de varazos al pobre burro cuando escuchó que el hombre aquel
le dijo estas palabras:
-
¿Por qué no cruzas por el puente?
El marchante escuchó aquella pregunta y
mirando para todos lados le contestó a
aquel hombre:
-
Pues que me quieres ver la cara de tonto o qué ¿No ves
que aquí no hay ningún puente? ¿No ves que si hubiera puente no tendría
necesidad de caminar por este vado y me sería más fácil llegar a Zacapoaxtla?
-
¿Y no te gustaría construir uno a cambio de mucha,
muchísima plata?
El indígena se rascó la cabeza extrañado.
Resulta que
para esto el hombre misterioso tuvo que identificarse como el diablo y le dijo al
indígena que estaba dispuesto a darle todo tipo de riquezas si en un plazo de
quince días lograba construir un puente, pero por el contrario si no lograba
construirlo en el plazo señalado entonces perdería su alma.
El marchante se quedó un rato pensativo pero
después con mucha seguridad aceptó la oferta tentadora y puso
manos a la obra. Juntó la cal que llevaba para vender en el tianguis con la de
otros marchantes que también iban a
venderla, empleó a esos hombres como albañiles y recolectando piedra en
el río de Apulco y en la Cascada de la Olla empezaron a construir el puente.
Así, al paso de los días el puente poco a
poco iba cobrando forma, no sin algunos
contratiempos pues hacer tratos de ese tipo no es cosa muy legal y no faltaba que el diablo tirara un
puntal o metiera la cola en la mezcla,
por lo cual algunas cosas se tenían que hacer de nueva cuenta.
Cuando faltaba cosa de dos días para que se
venciera el plazo y considerando el diablo que el indígena no podría cumplir
con terminar la obra y en cambio los infiernos crecerían demográficamente, el
pingo, no hacía más que consultar su reloj y se complacía con el solo hecho de
aparecer las sombras, ocasión que aprovechaba para salir de su escondite y
burlarse del indígena haciéndole notar
que fallaría a su palabra.
Cuando se cumplió el catorceavo día el
diablo volvió a salir y le dijo al indígena:
-
Ahora si, si para mañana que caiga la oscuridad no me
entregas el puente me llevaré tu alma. Pero si lo terminas antes de que termine
el día cumpliré mi palabra.
-
¿Puedo confiar en ti?- preguntó el indígena
-
Te doy mi palabra.
El día que se cumplió el quinceavo día el
indígena aun no terminaba con el puente, faltaba un pequeño detalle, cosa de
varias horas. El diablo, cuando vio que empezaron a caer las sombras de la
noche, salió de su escondite chiflando de contento pues el puente no estaba
terminado. Estaba parado sobre el puente dándole vuelta a su cola con donaire,
diciéndole al indígena que recogiera sus herramientas, que limpiara su pala y su cuchara, ya que
como veía había perdido y que le entregara su alma para llevársela de una vez
por todas.
En eso estaba cuando de repente, las sombras
de la noche comenzaron a desaparecer y en su lugar, la luz del sol apareció
nuevamente. Era un eclipse de sol que había dejado en penumbras a la tierra por
un instante. El pobre diablo no lo sabía mientras que el indígena profundo
observador de los astros sabía que ese día iba a ocurrir un eclipse.
Así el indígena con el resto del día pudo
concluir el puente antes de que la noche llegara por completo y el diablo no
tuvo más remedio que entregarle las riquezas al marchante.
De esta manera refiere esta leyenda que el
diablo fue burlado y que en la actualidad existe un puente que algunas personas
llaman El puente del diablo, situado allá por el Hostal Apulco y la finca
denominada Santa María Tres Arroyos.
Refiere también que para mayor deshonra el diablillo aquel se fue a refugiar a una
escuela pero ahora convertido en burro. Los niños que quisieron jugar con él,
al ver que no tenía cola y tampoco tenía orejas, idearon convertirlo en un
diablo que les diera miedo: como cuernos le metieron unos palos en los
orificios de las orejas, y como patas le
amarraron una pata de pollo y una pata de chivo.
Desde entonces se dice que el diablo no se
ha vuelto a aparecer por las escuelas,
ya que es tanto el temor que les tiene a los niños, que prefiere aparecerse en
sitios o parajes desolados, sobre todo en
lugares donde para beneficio de los pueblos, se pretenda construir una
obra o algún puente.
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Leyenda publicada en el libro Leyendas con
Sabor a Puebla por el autor.