LA VECINDAD DEL BARRIO DE LA LUZ
Por Guillermo Martínez Rodríguez
Esta Historia ocurrió en uno de
los barrios más antiguos de Puebla, el populoso barrio de La Luz. Sus calles
que aun conservan características muy especiales, de solo verlas y caminar por
ellas, nos remontan a épocas pasadas y de no ser porque en la actualidad
existen estudios fotográficos, talleres
mecánicos e incluso negocios que rentan computadoras, podría decirse que quien
camine por ellas, al corto andar podría encontrar a algún caballero o alguna
hermosa dama vestidos a la usanza colonial.
Y si ese andar fuera de noche, no
sería remoto hallar en cualquier esquina de calles empedradas, a la luz de un
farol y frente al balcón de una casa antigua, a uno de esos personajes
conocidos como serenos, que alumbrándose con una lámpara de petróleo,
seguramente gritarían a todo pulmón: “ ¡Las doce en punto y sereno…!
En ese momento, lo más probable es que los vecinos del barrio como
buenos parroquianos ya se encontrasen recogidos en sus casas, pero, tanto usted
como yo, seguramente, procederíamos con prisa a volver a la pensión o al mesón
y allí, a la luz de las velas, escucharíamos las cosas más extrañas, cosas que
si nuestros ojos las vieran, seguramente
no desearíamos volver a verlas.
Esas cosas no obstante, sin necesidad de vivir en aquella época, muchas
personas en la actualidad las siguen viendo para buena o mala fortuna, a pesar
de los siglos las calles de los barrios antiguos de Puebla siguen siendo
escenario de personajes que en antaño vivieron y que tal vez tienen deseo de
decirnos algo, quizás algo que no pudieron cumplir en vida, o quizás el humano
deseo de no pasar desapercibidos y de sacudirse del polvo del olvido.
En una de esas calles antiguas
que vigilan fielmente el paso de los
años, existió hasta hace poco una de esas tantas vecindades donde la gente
pobre ha peregrinado de generación en generación dejando su propia historia y
descubriendo otras. Repito que la vecindad ya no existe, pero hasta hace escasos
diez años, esta se encontraba sobre la cuatro oriente, entre las calles 16 y 18
norte, para mayor referencia frente al viejo mercado de “La Cocota”, también
conocido como mercado Carmen Serdán.
Era esta una vecindad ya semiderruida que contaba con unas veinte o
veinticinco viviendas, todas ellas de dos cuartos cada una.Trás el zaguán ya
muy desvencijado, había un pasillo oscuro donde estaban los medidores de luz, y
este comunicaba con un añoso patio donde se encontraban paralelamente unas doce
letrinas sin luz y allí junto, igual numero de lavaderos.
Según se dice, antiguamente la vecindad era un convento y en el centro
del patio estaba el viejo brocal de un pozo del cual llegaron a sacar esqueletos de niños producto de las
prohibidas relaciones de algunas monjas,
y que fueron arrojados allí hace muchísimos años. Esto se dice de oídas
ya que nadie de los que allí vivieron lo vieron, ni se han podido nunca explicar algunas cosas misteriosas que
pasaban en la vecindad y que en más de una ocasión les pusieron los pelos de
punta a todos.
Como lo que le ocurrió a don Othón Durán Zavala quien es conocido en el
barrio por haber sido propietario de un restaurante que hace algunos años tuvo
su auge, su restaurante se llamó “El Caballero Elegante”, actualmente vive de
sus modestos ingresos que le procura su negocio de cemitas preparadas y en
honor de aquel otro negocio, este se llama ahora “El Caballero”, le quitó lo de
“Elegante”, pero sus clientes dicen que no le quitó la peculiaridad del sabor a
su merendero.
Pues bien don Othón Durán quien vivió en la vecindad de la cuatro
oriente, comenta que allí se aparecía el muerto, al menos es lo que todos
creían, pues no hubo otra manera de explicarse porqué a los inquilinos incluso
a él, cuando iban en la noche a las
oscuras letrinas a hacer sus necesidades, sentían unas manos frías que los
palmeaban en las asentaderas. Lo de menos era pensar que se trataba de una
broma, pero en esos momentos no había tiempo para pensar debido al susto. Lo
curioso es que muchas de las personas que vivieron en esa vecindad coinciden en
decir que alguien los nalgueaba.
Todos coinciden al afirmar que en ese lugar pasaban cosas raras. Un
ejemplo: comenta doña Carmen Estévez que en los cuartos donde ella vivía se
aparecía una luz, algo así como una flama que iba de un lado para otro de la
vivienda. Debido a esto y a que otros vecinos también la veían todos aseguraban
que allí había dinero enterrado.
De cualquier forma no hay quien asegure haber visto a algún ser de ultratumba
en toda la dimensión de la palabra, pero lo que si a todos les causó conmoción
es imaginar lo que habrían visto una pareja de borrachitos que eran los
porteros de la vecindad. Se dice que a esta pareja los arrastró el muerto por
el patio de la vecindad, los dos amanecieron sin vida, uno de ellos muy cerca
de la fuente y el otro dentro de su vivienda al pie de su cama.
La noticia ralló en el histerismo entre los inquilinos,
inexplicablemente la pareja reflejaba en su rostro angustia y terror, tenían la
boca de lado como se dice cuando a alguien lo ataca un mal aire, tan malo que
los privó de la vida y no pudieron decir
nunca de que se trató.
La gente que allí vivía nunca pudo hallar algún tesoro si es que
realmente existía, quizá por miedo de enfrentar a algún ente desconocido o
seguramente por mayor temor al propietario ante la segura reprimenda por andar
haciendo hoyos y destrozos.
La vecindad tuvo que ser desocupada ya que la compró un modesto pero
emprendedor comerciante, quien mandó a hacerle algunas mejoras. Se dice que
cuando los albañiles hacían los cimientos se maravillaron al descubrir que
había un tesoro enterrado. De inmediato el dueño ordenó derrumbar la vecindad y
mandó construir una serie de locales comerciales. La gente no duda en decir que
debido al hallazgo de ese tesoro, el nuevo propietario es hoy uno de los
comerciantes más prósperos de la ciudad de Puebla.